traer la carcel al seno de la sociedad
el afuera del adentro
En nuestra sociedad, las prisiones equivalen a una especie de quistes: son nódulos cerrados, con sus propios sistemas simbólicos y de significados, dentro de la matriz de la esfera social. Las cárceles se pueblan de individuos que, por circunstancias, por decisiones equivocadas, por impulsos poco honorables y por todos los argumentos perifrásticos que se nos ocurran, son apartados del flujo de la cotidianeidad y sometidos a un periodo de aislamiento.
Normalmente hablar del papel que tiene el delincuente dentro de la sociedad se simplifica, basta con decir que es el mayor problema en una colectividad y que es el peor elemento que puede existir para la convivencia. Es muy sencillo juzgarlo, anotar que es producto de la desidia y presa del facilismo para acceder al mundo a costa del sacrificio ajeno, por tanto, se debe aplacar con el peso de la discriminación y el aislamiento. Desecharlo del entorno comunitario.
Bajo esta concepción, la cárcel se asume como un vertedero público de delincuentes estigmatizados como basura de la sociedad. Delincuentes apartados de un ciudadano común que ya nada sabrá de ellos pues les serán ocultos y retirados de su cotidianidad y por tanto, de toda interacción emanada de ella. El ciudadano se vuelve irresponsable por estos sujetos, pues luego del acto delictivo ya no se ocupará de él, no sabrá mas él.
La privación de libertad en Uruguay es vivida culturalmente como una medida sancionatoria ante hechos que vulneran lo socialmente aceptado (delito), pero en el debate cotidiano rara vez se integra el fenómeno al panorama más global de la construcción de ciudadanía. Al desconectarse el proceso causal, tanto su contexto como las condiciones de crianza que determinan la capacidad relacional de las personas con el hecho que luego es captado por el radar penal, también se desconectan las políticas sociales (desarrollo humano, ciudadanía social) de las penitenciarias. El ámbito de lo penitenciario parece así competencia exclusiva o predominante del sector administrativo encargado de su cobertura. La cárcel termina siendo una burbuja o vacuola donde las políticas sociales entran en cuentagotas, quedando la construcción de una convivencia adecuada exclusivamente en manos del organismo penitenciario. Esto provoca enormes dificultades y carencias. No parece estar claro todavía para la opinión pública cuál es el sentido y objetivo de la cárcel. Hay también allí una deuda de los actores públicos, incluyendo a quien escribe, en llenar ese vacío conceptual y de valores. Por ahora, el sentimiento punitivo nos domina. Nos dañaron, nos hicieron sufrir, pues entonces “devolvemos” el sufrimiento restitutivamente, como si el daño hecho se pudiera superar con otro dolor. El resultado institucional son centros penitenciarios que –en su mayor parte- hacen sufrir, devuelven dolor con la privación de libertad y otras penas añadidas de hecho-, pero que no evitan ni previenen nuevas violencias. Mientras no haya un cambio cultural en el cual se asuma que la función de la cárcel es educar y preparar proyectos de vida para evitar nuevos delitos (la concreción de los derechos humanos de la persona como garantía para la paz), y se reclame calidad de la gestión penitenciaria como un servicio público más, la cárcel seguirá siendo una fuente de violencia, de desintegración y, paradojalmente, de nuevos delitos.
Juan Miguel Petit / Comisionado Parlamentario
prisionalización
sindrome de institucionalización
Todo proceso de institucionalización genera en quien lo vive una serie de carencias y pautas de comportamiento que dificultan su posterior desarrollo en la comunidad.
Es un hecho que cualquier institución regula su funcionamiento con un sistema de normas. El funcionamiento implica no sólo lo relativo al objetivo de la Institución, sino también al sistema de relaciones que se establece entre los miembros de la misma, la distribución de los tiempos, del espacio geográfico y todo aquello que afecta a la vida de las personas. Se reduce así, cada vez más, el espacio de autonomía que un individuo necesita para desarrollarse y crecer.
Cuando un individuo se ve sometido durante un espacio prolongado de tiempo a esta circunstancia, se produce en él lo que se ha denominado con el nombre de “Síndrome de institucionalización”, que conlleva una serie de síntomas característicos como son: La baja capacidad para tomar decisiones, falta de iniciativa, dificultades para planificar el tiempo, escasez de creatividad, incapacidad para enfrentarse a situaciones nuevas, dificultades de relación, etc.
Estas dificultades o carencias se agravan a medida que aumenta el tiempo de institucionalización y a medida que la institución se hace más restrictiva.
Un claro ejemplo de esto es la cárcel. Nos encontramos generalmente que personas que han sufrido una prolongada estancia en prisión son incapaces de adaptarse a un medio no cerrado.
La “prisionalización” es un tipo muy grave y estudiado del “Síndrome de institucionalización”. Esto supone, que cuando la persona tiene que enfrentarse a su salida, se encuentra en una situación de grave desventaja social con respecto a las demás personas con las que tendrá que convivir.
Si la situación global en este momento es difícil para la población general, para estas personas se hace más insostenible. Se hace necesario articular una serie de medidas encaminadas a poner a estas personas en disposición de enfrentar su realidad, para que sus posibilidades sean equiparables a las del resto de la población general. Esto requerirá un espacio de transición, que en la actualidad entendemos como idóneo aquel en el que pueda ir adaptándose a la vida en comunidad.
Estamos convencidos de que es la falta de aprendizaje adecuado para la vida en comunidad lo que da lugar a la manifestación de conductas inadaptadas que se transforman en muchos de los casos, en conductas delictivas; produciéndose así un proceso circular del que la persona no puede “liberarse” por sí mismo.
afuera
la potencia del arte
El arte como herramienta potencial de cambio, nos posibilita repensar las relaciones y las responsabilidades de todos los integrantes de una sociedad.
En materia de cuidados y conciencia sobre las personas privadas de libertad, podría permitir, a través de diferentes acciones, volver a visibilizar a estos integrantes actualmente marginados y discriminados para luego, actuar en consecuencia, formar parte del problema e innovar en soluciones.
adentro
la carcel a la ciudad
Este programa tiene como objetivo traer la cárcel a la ciudad a través de la herramienta del arte. Por medio del programa aquí presentado facilitaremos que agentes y artistas nacionales y extranjeros trabajen en territorio (la cárcel y los privados de libertad) produciendo reflexión y problematizando el fenómeno. El proyecto apunta a impactar en el seno de nuestra sociedad. Las producciones simbólicas y estéticas serán exhibidas y presentadas en los principales espacios destinados a las manifestaciones artísticas como museos y teatros.
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acciones y proyectos
LLEVADOS ADELANTE POR PROAC en la unidad nº 12 de Rivera.
HIP HOP EN LA CÁRCEL
Desde el 2017 y hasta la fecha Campo Abierto mantiene un programa de talleres en la Cárcel de Cerro Carancho de Rivera a cargo de Miguel Fontes y Ney Correa. Este programa es financiado por el MEC, Uruguay.
Diseño y carpinteria
El taller de carpintería de la Cárcel del Cerro Carancho participó en la construcción de un prototipo de un espacio lúdico para niños. Este proyecto formó parte del Festival de la Madera y premiado con los Fondos Culturales del MEC. A cargo del estudio Atmósfera Arquitectura.
AMPLIAR
hornero migratorio en la unidad 12
Edición de Hornero Migratorio en la Carcel del Cerro Carancho,
creación de pieza de danza
Bajo dirección del coreógrafo Argentino Juan Onofri.
(interrumpido por la pandemia)
Creación de obra teatral
A cargo de director Finlandes Jussi Lehtonen, El tercer lado de la moneda, a ser estrenada en el 2021 en Montevideo